Hace infinidad de lluvias, en el mundo
no había más que un espíritu que habitaba
en el cielo. Solo él podía hacer la
vida. Así decidió comenzar su obra cualquier
día.
Aburrido un día de tanta quietud
decidió crear a una criatura vivaz e imaginativa, la
cual llamó "Hijo", porque
mucho le quiso desde el comienzo. Luego muy contento
lo lanzó a la tierra. Tan entusiasmado
estaba que el impulso fue tan fuerte que se
golpeó duramente al caer. Su madre
desesperada quiso verlo y abrió una ventana
en el cielo. Esa ventana es Kuyén, la
luna, y desde entonces vigila el sueño de los
hombres.
El gran espíritu quiso también seguir
los primeros pasos de su hijo. Para mirarlo
abrió un gran hueco redondo en el
cielo. Esa ventana es Antú, el sol y su misión
es desde entonces calentar a los
hombres y alentar la vida cada día. Así todo ser
viviente lo reconoce y saluda con amor
y respeto. También es llamado padre sol.
Pero en la tierra el hijo del gran
espíritu se sentía terriblemente solo. Nada había,
nadie con quién conversar. Cada vez
más triste miró al cielo y dijo: ¿Padre,
porqué he de estar solo?
En realidad necesita una compañera
-dijo Ngnechén, el espíritu progenitor.
Pronto le enviaron desde lo alto una
mujer de suave cuerpo y muy graciosa, la que
cayó sin hacerse daño cerca del primer
hombre. Ella estaba desnuda y tuvo
mucho frío. Para no morir helada echó
a caminar y sucedió que a cada paso suyo
crecía la hierba, y cuando cantó, de
su boca insectos y mariposas salían a
raudales y pronto llegó a Lituche el
armónico sonido de la fauna.
Cuando uno estuvo frente al otro, dijo
ella: - Qué hermoso eres. ¿Cómo he de
llamarte? . Yo soy Lituche el hombre
del comienzo. Yo soy Domo la mujer,
estaremos juntos y haremos florecer la
vida amándonos -dijo ella-. Así debe
ser,
juntos llenaremos el vacío de la
tierra -dijo Lituche.
Mientras la primera mujer y el primer
hombre construían su hogar, al cual llamaron
ruka, el cielo se llenó de nuevos
espíritus. Estos traviesos Cherruves eran
torbellinos muy temidos por la tribu.
Lituche pronto aprendió que los frutos
del pewén eran su mejor alimento y con
ellos hizo panes y esperó tranquilo el
invierno. Domo cortó la lana de una oveja,
luego con las dos manos, frotando
y moviéndolas una contra otra hizo un
hilo
grueso. Después en cuatro palos
grandes enrolló la hebra y comenzó a cruzarlas.
Desde entonces hacen así sus tejidos
en colores naturales, teñidos con raíces.
Cuando los hijos de Domo y Lituche se
multiplicaron, ocuparon el territorio de mar
a cordillera. Luego hubo un gran
cataclismo, las aguas del mar comenzaron a
subir guiadas por la serpiente
Kai-Kai. La cordillera se elevó más y más porque en
ella habitaba Tren-Tren la culebra de
la tierra y así defendía a los hombres de la
ira de Kai-Kai. Cuando las aguas se
calmaron, comenzaron a bajar los
sobrevivientes de los cerros. Desde
entonces se les conoce como "Hombres de la
tierra" o Mapuches
Siempre temerosos de nuevos desastres,
los mapuches respetan la voluntad de
Ngnechén y tratan de no disgustarlo.
Trabajan la tierra y realizan hermosa
artesanía con cortezas de árboles y
con raíces tiñen lana. Con fibras vegetales
tejen canastos y con lana, mantas y
vestidos.
Aún hoy en el cielo Kuyén y Antú se
turnan para mirarlos y acompañarlos. Por eso
la esperanza de un tiempo mejor nunca
muere en el espíritu de los mapuches, los
hombres de la tierra.
Fuente: Del libro
"Monitores Culturas Originarias". Área Culturas Originarias. División
de Cultura. Mineduc.