domingo, 13 de mayo de 2012

José Gil de Castro







Reseña Biográfica
El pintor José Gil de Castro nació en Lima, Perú, en 1785 y murió en la misma ciudad, alrededor del año 1850.
Hijo de esclavos y nacido libre, en un principio, la vida del “Mulato Gil”, apodo con el que se le conocería en Chile, estuvo orientada hacia el ámbito militar, alcanzando el grado de Capitán de Milicias en la ciudad de Trujillo, Perú.
En dicho lugar comenzó su formación artística, en el taller de Julián Jayo, y prosiguió luego en Lima, en la Escuela Pública de Pintura, donde recibió clases del español José del Pozo. Cerca del año 1808 se radica en Santiago para abrir un taller de retratos.
En Chile, entonces, comienza una importante etapa de su vida que combina la vida militar y la de artista.
En 1817 se casa con una española, María de la Concepción Martínez. En su país fue nombrado Pintor de Cámara del Gobierno Peruano.
El óleo es la técnica fundamental en la obra del Mulato Gil, quien se aplica temáticamente a realizar retratos de la aristocracia y de los grandes políticos y militares de la época de la Independencia en América Latina, en un estilo cercano al neoclásico.
Gil de Castro es fundamental en la historia de la pintura chilena, porque fue el encargado, por medio de sus numerosos retratos, de dejar testimonio visual de la apariencia física de importante personalidades nacionales.


Característica generales

Las principales características de sus obras son: la simetría de sus composiciones, el hieratismo y la simplificación de sus personajes, el detallismo y la fidelidad de los accesorios, el tratamiento peculiar en los rostros y manos, el manejo del claroscuro y colores satinados, sus cuadros contienen elementos descriptivos empleando textos, es decir, las cartelas y, por último, hay un marcado acartonamiento de las figuras y una gran penetración psicológica en los rostros.
Una de sus obras, más resaltantes es el retrato de José Olaya, ya que es la única obra de Gil de Castro que retrata no a un miembro de la elite cultural, o político o religioso, sino a un mestizo proveniente de la clase popular, como era el caso de Olaya, quien era un pescador que sirvió a las fuerzas patriotas y en cuya labor, perdió la vida, convirtiéndose en héroe y mártir de la independencia. Gil de Castro, al retratarlo lo ennoblece, poniéndolo al mismo nivel que virreyes y criollos aristócratas. En su novela Cosa Mentale el escritor chileno Antonio Gil recrea, en forma fragmentaria y fantasmal, la existencia de este pintor.
Este pintor hizo algunos retratos de los heroes chilenos mas emblematicos, como O'Higgins.
Hoy en dia en Chile hay una calle en su honor.




Análisis de la obra:



Autor: José Gil de Castro
Retrato De José Olaya
Técnica: En lienzos 


Dentro de la pintura virreinal, la figura del indio estuvo necesariamente vinculada a las imágenes religiosas; sumida dentro de ellas, podemos distinguir tres maneras en que se relacionó con la pintura sagrada:
- El indio como personaje alegórico.
- El indio inmerso en la iconografía religiosa
- El indio retratado.


De estos tres tipos de vinculación nos interesa el tercero, para rastrear algún referente similar al Retrato de José Olaya.

Como retrato, la imagen del indio fue representada bajo dos modalidades: como donante y como imagen autónoma. En el primer caso su figura aparece al pie de alguna imagen sagrada en actitud orante; esta postura devota, además de rendir homenaje al santo preferido, dio a entender la regalía del postrado al haber sido el que financió la elaboración de la pintura en cuestión. Esta actitud fue muy practicada y difundida por todos aquellos creyentes que económicamente tenían la potestad de subvencionar tal encargo. No es difícil deducir entonces que los indios así representados fueron aquellos vinculados con la élite indígena al recibir ciertos beneficios en función a su nobleza y que los diferenció del indio perteneciente a la escala más baja de la sociedad. Es decir, estos retratos no eran sino una versión de la nobleza indígena de una tradicional costumbre que compartía con la aristocracia española de ese entonces.

En el caso de los retratos individuales, los personajes indígenas se constituyen como la única figura central del cuadro. Pero, como en el caso anterior, este tipo de lienzos tampoco hacen referencia a la figura del indio dominado, sino al nativo descendiente de la nobleza incaica que buscó asimilarse socialmente a la élite criolla, asumiendo sus mismos mecanismos ideológicos. Como estos retratos representan a ese personaje intermediario, que participó tanto de su cultura como de la occidental, convendría clasificarlos, más bien, dentro del rubro del retrato oficial, al poseer las mismas características y finalidades.

Por otro lado, Gustavo Buntinx y Luis Eduardo Wuffarden se han referido de manera conjunta sobre aquellos lienzos que muestran la sucesión inca y que, según afirman, fueron elaborados a pedido de la nobleza indígena como una "estrategia simbólica para la consecución de fines políticos concretos".Con esta genealogía que evidenciaba su distinguida procedencia al demostrar su nobleza de sangre, la élite nativa buscó acceder a ciertos privilegios que exigían como derecho innato. Así, por esta consecución de intereses privados podemos incluir la imagen de estos antecesores de abolengo dentro de la pintura oficial al cumplir un específico cometido.

Por lo tanto, los indios que se representaron en retratos individuales, o como donantes, o los que mandaron a elaborar las genealogías de los incas, buscaron diferenciarse de los dominados asumiendo para ello el código plástico de la pintura occidental. No se tratarían entonces de claros ejemplos de la presencia del indio en la pintura colonial, sino de variaciones nativas de la pintura oficial de este periodo. Hasta que la figura del indio no empieza a plantearse dentro de la pintura como objeto de búsqueda de la identidad nacional, este personaje es usado como un engranaje más de la pintura virreinal, es decir sin ninguna posibilidad de ser individualizado, sujeto a los requerimientos de la obra en cuestión.

En este sentido el Retrato de José Olaya nos resulta enigmático, pues se trata de la imagen de un indígena, un pescador, que sin embargo accede al título de "héroe nacional". Nunca antes en el Perú se había reproducido la imagen de un hombre de pueblo como personaje central de un cuadro, merecedor de la perpetuidad inmortal que otorga el retrato y menos aún de contar con el privilegio de situarse entre los héroes de la burguesía criolla.

La presencia inusual de un personaje ajeno de la iconografía del retrato nos hace suponer una intencionalidad específica y diferenciada. Recordemos que la pintura en el virreinato y en los inicios republicanos, se constituyó en un fuerte vehículo de comunicación ideológica y por lo tanto toda producción pictórica traía consigo una función concreta. En esa medida podemos suponer que el retrato de Olaya fue mandado a elaborar para satisfacer alguna necesidad definida, la misma que trataremos de descubrir.





Análisis



Así, pues, Gil de Castro tiene una doble importancia: como pintor primero, por su técnica, particularmente por los detalles de los uniformes y las precisiones de los retratos, y la segunda, la más importante, la de su propio destino, por haber sido contemporáneo de los hombres que hicieron la historia de la Independencia, haberlos visto y haberlos retratado en forma directa, ya que posaron para él.
Fue el único artista que pudo pintar del natural a las tres mayores figuras de la gesta americana: San Martín, O’Higgins y Bolívar; y también a los jefes de la expedición argentina que acompañaron la Expedición Libertadora y cuyos retratos son en muchos casos el único testimonio iconográfico que se posee de ellos.
Tal vez la calidad de su pintura puede merecer algunos reparos pues sus figuras son, a veces, hieráticas y ausentes, pero en otros casos se puede apreciar la vivacidad de la mirada y el vigor del retratado. Bolívar hizo hacer reproducciones del retrato que le hiciera Gil de Castro y en su correspondencia expresa que es el más fiel testimonio de su persona. 
Gil de Castro siguió pintando en su Lima natal, pero aquéllos no eran tiempos para glorificar el arte. Su vida se sumerge en la niebla y su nombre se va borrando lentamente. Hoy pocos lo conocen y casi nadie lo recuerda. Apenas algún especialista lo integra en la pequeña nómina de los días borrascosos de su tiempo. Hay telas suyas en Santiago y en Lima, principio y fin de su existencia, pero el repositorio más importante de su obra está ahora en Buenos Aires, en el Museo Histórico Nacional, que lo rescató del olvido y honró su memoria.
 Sin embargo, fue el retratista más completo de los años difíciles de la Independencia, durante la revolución contra el régimen español.

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